Aunque parezca mentira, nunca he trabajado en una oficina como tal. Es decir, nunca he tenido que arreglarme para ir a trabajar. Si eres abogada o trabajas en banca, seguramente tengas un armario de trajes, camisas y zapatos de tacón. Pero en mi caso nunca he tenido de eso. A ver, obviamente trabajo en una oficina, pero esa oficina se va moviendo por las diferentes localizaciones que tenemos en un rodaje. Que por regla general, suele ser una carpa en la que hay varias mesas y sillas. Imagínate dónde puede estar colocada esa oficina. Y no sólo eso, puede ser día, noche, calurosa, fría… Por lo que mi vestuario tira más a Dora, la exploradora que a ejecutiva de la moda.
Imagínate que te guste mucho la moda, pero en tu día a día tengas que llevar vaqueros, camisetas, sudaderas, zapatillas (sí o sí). A ver, que siempre intento estilizarlo de la mejor manera y ya se me conoce por eso, porque o eres del departamento de vestuario o tienes que ir vestida como si fueses a ir a hacer senderismo. Y no me mal interpretes, que he aprendido a que este estilo me guste, porque me fijo mucho en los japoneses y puedo darle un rollo más fashionista a looks tan simples.
Porque la verdad es que muchas veces me pasa que me paro a pensar en cómo odio todo lo que tengo. Yo creo que esto nos pasa a todas y a todos en un momento determinado con nuestra ropa.
Lo sé, qué pensamiento tan superficial con todo lo que está pasando en el mundo. Pero a mí esto me sirve de vía de escape. Mi salud mental lo agradece, porque desconecto mientras me centro en escribir.
Por eso la importancia de hacer la compra en nuestro armario. Sacar todo y ver realmente la cantidad de prendas que tenemos. Muchas veces hay cosas escondidas debajo de otras o al fondo del cajón que olvidamos por completo.
Puntualizo que tengo mucho espacio en casa (suerte la mía), pero no tengo vestidor y tengo la ropa repartida en dos armarios y un burro.
¿Demasiada ropa? Seguramente.
Bueno, que me desvío del tema. El otro día me pasó. Tuve crisis de armario, como yo le llamo a no saber qué ponerme. Y aunque estuve mirando las carpetas de inspiración que tengo tanto en Instagram como en Pinterest, me decanté por mirar fotos mías antiguas y ver qué look me gustaba y con el que recuerdo sentirme bien mientras lo llevaba y ¡boom! di con la tecla. A veces es así de sencillo. Allison Bornstein dice en su libro que si nos gusta un look, lo llevemos al día siguiente con algún cambio, como los zapatos o el cinturón. Así podemos ver las diferentes combinaciones de un mismo look con el que nos sentimos nosotras mismas.
Pero aun así, como hice cambio de armario, aproveché para probarme cosas. Tiendo mucho a ponerme el mismo pantalón con la misma camiseta. Pero hay que aprender a jugar con la ropa. Ese mismo pantalón me lo puse con una camisa y el resultado fue igual de bueno, pero cuando te ves bien con algo, para qué cambiarlo. Pero la base de esto está en que odiamos salirnos de nuestra zona de confort y nos perdemos el resto de posibilidades.
He aprendido una cosa con los años. Y es que todas las prendas que me compro me gustan. Y pensarás, yo también lo hago, pero ¿realmente lo haces?. Hubo un tiempo en el que me compraba todo lo que me gustaba o creía que me gustaba, pero después me lo ponía una vez y chao!. A eso me refiero si realmente nos compramos lo que nos gusta o más bien es un impulso incontrolable del momento.
Eso es otra cosa. El impulso. El impulso por tener algo ya. El impulso de que lo quieres. Lo quieres tanto que al final ese querer se desvanece tan rápido como ese amor a primera vista que tuvimos en la tienda. O la rapidez con la que le dimos clic a comprar en la web. Y claro, hay que tener cuidado con este impulso.
Si estrenas algo y después no te lo vuelves a poner, claramente no te gustaba tanto. La sociedad nos lleva a estrenar ropa sin parar y tenemos miedo a repetir. Las redes sociales nos vuelven compradoras compulsivas. Lo vemos y lo queremos. Y el primer punto para crear un armario cápsula es intentar que ese impulso desaparezca. Me costó mucho llegar a ese momento y reconozco que todavía me cuesta. Pero siempre que cojo algo por impulso, lo suelto y me voy de la tienda. Si pasado unas horas o días todavía sigo pensando en esa cosa/prenda, entonces puede que sí que me gustase de verdad. Es cuando realmente voy a por ella de nuevo y me la compro.
No sabes la de veces que se me ha olvidado esa cosa/prenda y me he ahorrado el dinero y la angustia de dejarlo olvidado en mi armario.
Adriana.